Desde que se inventó la fotografía, allá por la década de los años 30 del siglo XIX,
descubrimos también un hecho hasta entonces desconocido: que nadie, o
casi nadie, está satisfecho con su imagen en las fotografías. Siempre
salimos más feos o feas de lo que somos, aunque otras personas, sobre
todo si no son amigas nuestras, sí salen tal como son. ¿Por qué?
Investigaciones recientes en psicología social han demostrado más
allá de toda duda que la gente utiliza muchas e ingeniosas formas de
mejorar, respecto a la realidad, la imagen mental que posee de sí misma.
En suma, la mejora de nuestra propia imagen es el producto de un
filtrado sesgado y más o menos elaborado de la información sobre
nosotros mismos. Un filtrado sesgado similar lo hacemos también con los
demás, pero en sentido contrario, es decir, incrementando sus rasgos
negativos por encima de los positivos, por lo que casi todos resultan,
en comparación, siempre peor parados que nosotros. Somos los mejores. ¿O
no? Probablemente, creerás que estos sesgos los realizan solo otros; tú
eres perfectamente objetivo con todos, incluido contigo mismo. ¿No
estarás, de nuevo, mejorando tu imagen?
De todas formas, el procesamiento sesgado de la información sobre
nosotros mismos y sobre los demás no puede explicar por qué salimos feos
en las fotos. Vamos a ver: si hay algo que vemos repetidas veces a lo
largo del día es nuestra imagen en un espejo. Sabemos perfectamente como
somos, y cuando nos vemos en una foto, podemos compararla a nuestra
imagen mental actualizada hace solo unas horas, como máximo. Además, no
nos creemos los más guapos, o guapas. Sabemos que ahí fuera hay personas
mucho más guapas que nosotros. No hay más que ver un rato la tele.
Sin embargo, investigaciones en psicología social han demostrado
igualmente que la gente utiliza, además de procesos conscientes, también
procesos inconscientes para mejorar su autoestima. Así lo revelan
estudios que demuestran, por ejemplo, que nos gustan más las letras que
se encuentran en nuestros nombres que las que no forman parte de ellos.
No existe un canon de belleza establecido para las letras, así que ¿por
qué nos han de gustar más las de nuestros nombres? La razón, al parecer,
es que efectuamos asociaciones positivas con lo que consideramos
nuestro, y tendemos así a mejorarlo. ¿Podríamos pues inconscientemente
mejorar también nuestra imagen mental a partir de nuestra imagen real en
un espejo?
Para averiguarlo, los doctores Nicholas Epley, de la Universidad de
Chicago, y Erin Whitchurch de la universidad de Virginia, han llevado
acabo un ingenioso estudio posibilitado por la moderna tecnología de la
imagen. En este estudio, los científicos tomaron fotografías de los
participantes, quienes, tras ser fotografiados, se sometieron a unas
pruebas para medir su autoestima, tanto implícita (es decir, lo que
realmente creen de sí mismos), como explícita (es decir, lo que dicen
que creen de sí mismos a los demás).
A continuación, las fotografías de los rostros de los participantes
fueron manipuladas por ordenador para “fusionarlas” con otras. La fusión
o mezclado de cada rostro se llevó a cabo bien con un rostro estándar
más atractivo, más guapo, bien con otro rostro estándar más feo. Esta
fusión se realizó en diversos grados (de 10% a 50%), lo que consiguió
diez rostros de cada participante: cinco progresivamente más atractivos y
cinco progresivamente menos atractivos que el original, pero siempre
reconocibles como el rostro de cada participante.
Tras realizar este trabajo de fusión fotográfica y analizar los
resultados de las pruebas de autoestima, los participantes fueron
convocados de nuevo de dos semanas a un mes después de que se les tomara
la foto. En ese momento, se les presentó la serie de fotos con su
rostro original y los otros diez rostros resultantes del trabajo de
fusión fotográfica anterior, y se les pidió que identificaran su rostro
real. ¿Elegirían los participantes correctamente, o elegirían otro
rostro menos o más atractivo que el suyo?
Y bien, probablemente no te sorprenderás al conocer que, como era de
esperar, los participantes eligieron un rostro más atractivo que el
original como el que consideraban suyo. Pero lo más interesante fue que
cuanto mejor pensaban de sí mismos de acuerdo al resultado de las
pruebas de autoestima implícita, es decir, de acuerdo a pruebas que
miden realmente la autoestima que cada uno posee sin falsa modestia, más
atractivo era el rostro que consideraban como suyo. Hubo gente que
llego a elegir el rostro más guapo (los que se creen Angelina Jolie o
Brad Pit, los cuales, hay que aclararlo, no participaron en el estudio);
hubo también quien eligió el rostro más feo (pobres diablos deprimidos
que se creen Quasimodo), pero, en general, la mayoría de los
participantes eligieron como suyos los rostros mejorados un 20%: la
inmodestia tiene un límite para la mayoría, bueno es saberlo.
Pero, ¿sucede este fenómeno con todos los rostros, o solo con los
nuestros? Para comprobarlo, se pidió a los participantes que eligieran
de entre una serie similar de fotos manipuladas cuál era el rostro real
de algunos sus amigos o el de los científicos que dirigían el
experimento, con quienes no tenían relación afectiva alguna. Los
resultados indicaron que si se trata de un amigo, se elige también un
rostro mejorado, pero si es el de una persona extraña o poco conocida,
se elige el rostro real con bastante exactitud. Esto significa que
podemos saber cuál es el rostro real de las personas en sus fotos, pero
cuando apreciamos a alguien, particularmente si ese alguien somos
nosotros mismos, inconscientemente mejoramos la imagen física que de él o
ella nos formamos en nuestra mente.
En conclusión, cuanto mayor autoestima tenemos de nosotros mismos, y
más estimamos a nuestros amigos o amigas, más feos salimos en las
fotos. Decir que alguien sale feo en una foto se revela ahora como signo
de aprecio. Algo sobre lo que conviene reflexionar antes de enfadarnos
cuando nos llamen feos, siempre que sea en una foto.
Tomado de: http://cienciaes.com/quilociencia/2010/09/27/por-que-no-eres-tan-guapo-como-crees/
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